Urgencia

La voz de mi madre en el teléfono traduce la angustia por la situación de Irupé. Dejo todo y salgo para mi casa presintiendo que algo grave le sucede.

Llego y confirmo mi intuición. Hace una hora que Irupé corre sin sosiego por toda la casa, se lame desesperadamente la vulva y, por momentos, se sube a mi cama y se acurruca. Su cuerpito se estremece con un temblor incontrolable. Está muy enferma.

La consulta con el veterinario es inmediata y el diagnóstico, contundente: piómetra. Por las características del caso, la única alternativa es la cirugía urgente. Por primera vez enfrento el lado doloroso del vínculo con estos queridos animales familiares. Si bien el pronóstico de la intervención es bueno, no significa que Irupé esté exenta de riesgos. Doy un “sí” que compromete todo el amor y la responsabilidad que me unen con ella. Mañana a medio día le practicarán la ovariohisterectomía. Mañana, los bellos cachorros que podría engendrar Irupé serán para siempre tan sólo una fantasía…

Son las once de la mañana y el veterinario llega a buscarla. He pasado toda la noche cuidándola y compartir este mal momento con ella ha estrechado nuestro vínculo. Por pedido expreso del veterinario no iré con ella.. Irupé me mira sin entender por qué debe entrar en la jaula y separase de mí. La acompaño hasta la camioneta y me quedo inmóvil mirando como se aleja. Siento que una energía invisible nos abarca y nos une. Una energía que se expande sin fisurarse.

Una hora que Irupé ha partido. Su ausencia crece minuto a minuto. Mafalda recorre en silencio los sitios donde cada día comparte con ella. Hoy no insiste con sus reclamos para jugar con el frisbee. En un silencio que la abarca toda, se sienta en la silla frente a mí, se hace una rosquita peluda y mira, nostálgica, hacia algún recuerdo cálido… Irupé no está. Y no está en cada pequeño detalle, en cada ladrido ausente, en cada lamida intempestiva que no llega … No está. Y nosotros tampoco estamos del todo aquí, una parte nuestra está allá con ella, acompañándola y protegiéndola con la energía invisible pero real de nuestro amor. Mafalda no tiene ganas de ladrar y yo no tengo ganas de hablar. La ausencia de Irupé es un silencio que lo abarca todo.

Suena el teléfono. Han pasado casi tres horas cuando en la voz del veterinario recibo la noticia tan esperada: ¡Irupé fue operada con éxito y está reponiéndose!. Por segunda vez, mi reverenciada Madre Naturaleza me hace un regalo. Apenas unas horas más y la armonía familiar estará restaurada. Las lágrimas ahora son sonrisas y el silencio de Mafalda se transforma en su conocido reclamo para jugar con el frisbee.

No puedo explicarlo ni desde la razón ni desde la lógica pero se que Irupé –tal vez por eso de los “campos mórficos”, algo así como una banda elástica que se extiende para unir a los miembros pertenecientes a un mismo grupo- sintió todo el amor y la energía que pusimos para que superara con éxito su operación. Y sí, para nosotros, los perros son nuestros animales familiares. La relación entre especies trasciende la intelectualización que podemos hacer de ella.

Foto y Texto: Graciela Isabel Torrent Bione

 



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